SIESTA


TE ha atrapado un sopor de duermevela
sobre la verde hierba y una fina
luz resbala en las plantas e ilumina
entre tus muslos un blancor de tela.

Tienes calor. Tus piernas de canela
abres y el dulce pliegue se adivina
bajo la blanca tela. Mi retina
se vuelve puro fuego. Con cautela

me acerco a ti. Respiras agitada
y abres las piernas más. Mis dedos pasan
bajo el suave tejido y acarician

el delicado surco. Gimes. Nada
quiebra el dulce momento. Se retrasan
mis dedos en tu herida y, suave, inician

la tierna entrada en el caliente hueco.
Jadeas y ardes. Vibra el aire seco
y estalla sobre el campo una tormenta.